lunes, 16 de enero de 2012

Un desorden ordenado.


Un desorden ordenado -Martín Baró
            A decirlo si ambages: lo que nos regala Martín Baró en este escrito es realidad, es una llamada de atención para que nos cuestionemos lo que damos por sentado a diario. La idea de concebir a la sociedad como un sistema supone totalidad, unidad, orden, imparable acción social, equilibrio constante y armonía. En términos prácticos, supondría un espacio para cada uno de sus miembros, justicia, el desarrollo de valores comunes, beneficios colectivos, tolerancia e igualdad. Ciertamente, nada más lejos de la verdad ocurre cotidianamente. La incapacidad de dar espacio a las particularidades, la injusticia, la polarización de los valores tenidos como ciertos y la diferenciación sobre lo que supone la moral así como los tratos preferenciales, la intolerancia y la posibilidad de algunos de obviar las normas establecidas rigen la dinámica social en este siglo XXI.  
            Martín Baró logra presentarnos varios conceptos claves para entender esta dinámica de la sociedad como sistema a base de una revisión tanto de los supuestos del enfoque funcionalista como del conflictivo y de una presentación de lo que supone la construcción social de la realidad.  De entre estos conceptos, llamaron mi atención tres en particular: 1) Conflicto; 2) Rutina  y 3) Marginación. Al fin y al cabo, a diario somos testigos del conflicto, actores de las convenciones rutinarias y, de una u otra forma, somos impactados por la marginación aun cuando no formemos parte de la cultura de la pobreza. En este sentido, estos tres elementos forman parte esencial del juego de intercambio imparable al que la sociedad nos somete en la búsqueda de su perpetuación. Veamos pues que supone cada uno de ellos.
            Al ideal de igualdad y unidad que proclama la teoría funcionalista Baró antepone la realidad del conflicto. Argumenta lo ilógico de entender la unidad como un elemento básico del sistema social si nos basamos en experiencias sociales reales. Si lo que vemos a diario es la diferencia de metas, la injusticia social, la insolencia y la desconsideración, ¿cómo hablar de armonía? Si lo que logra la cultura occidental es poner unidireccionalmente a los unos al servicio de los otros y delimitar los modos de vida, ¿cómo osaríamos en plantear lo armonioso entre los miembros de la sociedad como punto de convergencia su descripción como sistema?
            En palabras de Baró, el orden social es de carácter conflictivo pues es “un orden surgido no tanto de las necesidades de la colectividad, cuanto de los intereses de un sector o clase social que se impone sobre el resto”. He aquí la génesis del conflicto. En este sentido, el orden del desorden social no proviene de un consenso mayoritario sino que a este le subyace una confrontación inacabable de clases sociales lo que convierte a la tan llamada “unidad” del sistema en el estricto reflejo de la clase dominante.
            Me hace recordar este concepto de conflicto lo que planteábamos en clase sobre las eternas dicotomías opresor-oprimido, y aún más, me hace pensar en el desbalance que vemos a diario desde lo económico hasta lo sociocultural. Por ejemplo, ¿cómo explicar que hay quienes acumulan 48 millones de dólares al año cuando mi madre no hace más que trabajar y gana menos de 30 mil dólares al año? O en un plano más macro y refriéndonos al escrito de Baró, ¿cómo  explicar que en el Salvador no menos de un 60% de la población carece de vivienda cuando existen personas que tienen al menos un hogar en cada continente? Ciertamente, en esta sociedad basada en un modelo económico capitalista el conflicto no hace más que agravarse, hecho que urge atenderse.
            La rutina, por su parte, se explica en el escrito de Baró como mecanismo esencial para la perpetuación de la sociedad. Aún cuando parezca increíble la rutina,  definida como la actividad humana que se repite en forma mecánica, se interioriza de tal forma que el individuo la asume como acción básica que lógicamente “debe hacer” pues da cierta coherencia a su diario vivir al punto que se convierte en “parte de la propia existencia”. En cierto sentido gracias a la naturalización de los actos rutinarios los miembros de cualquier sociedad hayan sentido y continuidad a sus esfuerzos, relaciones y acciones. De hecho, explica Baró cómo es que al ser productos del “sentido común” las rutinas que son aceptadas por el sistema social redundan en la reafirmación y hasta reproducción del sistema.
            Este concepto en particular resulta importante en tanto nos hace entender que con el proceso de externalización, objetivación e internalización vamos construyendo nuestras realidades lo que nos permite concluir que esta crisis de conciencia que ha surgido en los recientes años no es más que nuestra propia creación. La vitalidad de la rutina para la sociedad, por tanto, estriba en que gracias a su desarrollo, por ejemplo, desarrollamos explicaciones y mecanismos para dar frente a esa crisis sin siquiera cuestionar el por qué surge esta en primer lugar. Nos levantamos, trabajamos sin parar, recibimos instrucciones, volvemos a casa, cocinamos, vemos televisión y se acabó el día. A fin de mes llegará un cheque que no representará ni la mitad de lo que hemos trabajado pero estaremos felices porque al menos tenemos trabajo en medio de esta crisis. En este sentido, la naturalización de lo creado brinda consistencia a la acción y evita la reflexión sobre lo vivido, hecho propicio para el condicionamiento y la dominación y por tanto, para la perpetuación del conflicto pues siempre existirá el que se beneficie de nuestras rutinas: restaurantes, tiendas, supermercados, entre otros.
            Por último, en cuanto al concepto de marginación Baró lo presenta de forma general como un fenómeno de división frente al orden social establecido. Ya de forma más específica da cuenta de dos teorías principales que lo explican: a) el modelo de la desintegración psicosocial y b) el modelo de la dependencia. Mientras el primer modelo supone que la marginación resulta por la incapacidad del ciudadano de responder al orden social establecido, el segundo modelo parte de la premisa de que la marginación es en sí misma un elemento importante del sistema social en tanto garantiza una población de reserva en momentos en que el equilibrio del sistema social se ve amenazado. De esta forma este segundo modelo contrario al primero atribuiría la marginación a una consecuencia producida por el mismo ordenamiento social.
            Lo interesante en este caso es que según la literatura consultada por Baró constituyen los marginados un “grupo humano no integrado o incorporado al sistema social imperante”. En este sentido, por ejemplo, explica que hay dos mundos: el de los que tienen y el de los que no tienen. Los que no tienen son los que se mantienen en la periferia formando los portones de pobreza alrededor de las grandes ciudades y los que, a su vez, venden al mejor su fuerza de trabajo. Se define la marginación, por tanto, como la deficiencia de recursos necesarios más la carencia de un rol económico articulado. Por último, otro hecho interesante es que se asegura en la lectura que la marginalidad no hará más que agravarse con el incesable desarrollo de la tecnología productiva.
            En síntesis, conflicto, rutina y marginación así como otros temas que nos presenta Baró se convierten en coordenadas conceptuales esenciales para entender la sistematización de la sociedad y en fuentes de varios cuestionamientos: Si sabemos que el modo de producción nos condiciona, ¿por qué no apostar por  un nuevo modelo? Por otro lado, refiriéndonos a la cultura de la pobreza, ¿cómo es que los pobres aún con sus carencias han podido desarrollar la solidaridad y las redes de intercambio recíproco que nosotros por nuestro individualismo somos incapaces de imaginar? En cuanto a la rutina, ¿cómo es que caemos presos de nuestros propios inventos y acuerdos?, ¿Por qué si sabemos que si apostáramos por un cambio nuestra calidad y estilo de vida sería tan diferente no lo hacemos? Por último, en base a la marginación, ¿cómo es posible psicologizar la marginalidad? ¿Cómo si nacemos ya en una particular cultura es posible teorizar que es sólo nuestra culpa la incapacidad de integración? ¿Cómo hablar de estructuración, de organización social cuando, por ejemplo, en Salvador un 60% de la población no es tomada en cuenta? Sin duda, preguntas que urgen más que una contestación, acción. -Yésica I. Nieves Quiñones © 2010



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