martes, 16 de agosto de 2011

Depression and Exercise in Elderly Men and Women: Findings from the Swedish National Study on Aging and Care.


Depresión, tristeza profunda, desesperanza, desasosiego, melancolía, nostalgia… llamémosle como le llamemos, la depresión, sorprendentemente, sigue abriéndose paso en un mundo abarrotado de conocimiento y avances. Y es que, a la par de la creciente preocupación por lo material, los títulos profesionales y el éxito, entre otras cosas, la preocupación por lo más importante va quedando en un segundo plano, la salud emocional y física del ser humano. Resulta interesante cómo en apoyo a esta premisa, en pleno siglo XXI, se proyecta que para tan cercano como el 2020 la depresión seguirá a los problemas cardiovasculares como la segunda de las principales causas de incapacidad y muerte a nivel mundial[1].
Datos estadísticos, por otro lado, apoyan la idea de que tanto la prevalencia como la incidencia de la depresión aumenta con la edad. De ahí que se especifique que representan los envejecientes el grupo de edad más propenso a enfrentar la depresión. Dejándose llevar por estas tendencias, Magnus Lindwall, Mikael Rennemark, Anders Halling, Johan Berglund & Peter Hassmén, especialistas suecos en psicología, desarrollo y sociología, se dieron a la tarea de estudiar particularmente la posible relación entre los niveles de ejercicio físico y depresión en envejecientes y la posible diferencia de esta relación entre el hombre y la mujer.
En esta investigación titulada Depression and Exercise in Elderly Men and Women: Findings from the Swedish National Study on Aging and Care (2007), se utilizó una muestra representativa de 860 envejecientes de entre 60 y 96 años, residentes de los suburbios de Suecia. Como parte del método, se les pidió a los participantes que completaran un cuestionario sobre sus particulares actividades físicas detallando la frecuencia y niveles de estas. Por niveles, se dieron dos opciones: nivel de actividad leve y  nivel de actividad intenso. Por otro lado, en cuanto a la depresión, esta se midió con la Montgomery Åsberg Depression Rating Scale.
Tal como se esperaba, entre los resultados del estudio se da validez a la innegable relación mente-cuerpo que muchos olvidamos: los envejecientes que reportaron un grado de inactividad física tendieron a tener puntuaciones más altas en rasgos depresivos que aquellos que informaron mantener algún tipo de actividad física ya fuera leve o intensa. De hecho, aún quienes proclamaron que practicaban ejercicio en patrones intermitentes, o sea, que no mantenían un nivel de actividad continuo en tiempo, también obtuvieron puntuaciones más altas de depresión según la escala utilizada.
En cuanto a las diferencias entre los sexos en la relación entre el nivel de actividad física y depresión, no se hallaron resultados significativos. Aún así, resaltó el hecho de que en la mujer un nivel leve de actividad física puede servir como factor importante para evitar la depresión, claro, junto a otros factores. En los hombres, no se halló tendencia representativa como para llegar a conclusiones específicas. Entre otros resultados interesantes, se observó que el ejercicio no tiene efectos positivos universales sobre la salud mental  y se sugirió que características de personalidad y salud mental, no tomadas en cuenta por la naturaleza del estudio, pudieron haber afectado la relación entre actividad física y depresión que quería validarse con mayor soporte.
 En general, me parecen cuestionables los resultados de esta investigación. Aún así, el que especialistas de varias disciplinas se unieran en la tarea de la construcción y análisis de la misma, muestra un alto grado de compromiso y avance. Considero que, de entre la multiplicidad de factores que pudieran estar relacionados a la depresión, el que se prestara atención al nivel de actividad física responde a la exigencia de esa misma mirada interdisciplinaria que ya nos exigen los tiempos en los que vivimos. Ciertamente, el ejercicio no sólo puede ayudar a mantener una capacidad física envidiable y un estilo de vida saludable, sino que puede reducir los niveles de ansiedad, mejorar el estado de ánimo y por tanto, tener efectos positivos en el autoconcepto y funciones cognitivas de la persona. Realidad que este estudio trajo a colación.
Ahora bien, cuando digo que considero cuestionables los resultados de esta investigación es por la particular forma en que estos fueron presentados. Al leerlos, puede dar la impresión de que los investigadores intentaron, a como de lugar, relacionarlos con estudios anteriores que sí habían logrado unos resultados más convincentes en cuanto a la relación entre depresión y nivel de actividad física. Es como si se percibiera cierto afán por alinear los resultados con teorías de base, dando así soporte a investigaciones anteriores relacionadas con el tema.
         Quizás y sólo quizás, el instrumento utilizado para la medición de los rasgos depresivos no fue el más adecuada para la muestra poblacional o el que se valieran algunas preguntas del cuestionario en miradas retrospectivas departe de los participantes en cuanto al nivel de actividad y estados de ánimos experimentados, no fue la mejor idea. Quizás y sólo quizás, al limitar en el cuestionario las contestaciones a dos opciones extremas y así por el estilo, no se le dio la debida importancia a las particularidades y procesos de significación de los participantes, claro, por la naturaleza de la investigación.
En otros temas, más allá de las limitaciones y logros de este estudio, no hago más que pensar sobre qué pasaría si una investigación como esta se llevara a cabo en el Puerto Rico de hoy. ¿Qué tiempo para la actividad física existe? ¿Cuánto se ejercita el envejeciente promedio? ¿Qué importancia puede tener el ejercicio incluso para los más jóvenes? ¿Cuánta es la posibilidad de que una persona prefiera tener tiempo para ejercitarse que ganar dinero extra?
Desde cuestiones de la infraestructura cotidiana, donde muchas veces no hay cabida ni para la buena alimentación, la complejidad de la vida que hemos inventado nos quita tiempo. Atrás quedan las teorías psicológicas, las investigaciones… Es esencial ser productivos aunque productividad y bienestar no estén en la misma página. Se promueve el éxito, aunque este signifique vivir en soledad, y el alcanzar la felicidad que sólo lo material puede ofrecer, dando espacio a rasgos depresivos en quienes asuman como cierta tal filosofía de vida. Claro, todo esto en general.
Investigaciones como estas nos recuerdan la importancia de ver a la persona como parte de un medio ambiente que a veces es difícil de esquivar. Nos recuerdan que empezando desde lo más sencillo, como por ejemplo, el espacio público y la seguridad, hasta lo más complejo, la motivación y los estilos de vida, el ser humano es sinónimo de complejidad y de equilibrio. Nos recuerda que las influencias en los estilos de vida pueden llegar a ser incontables. Nos recuerda que, a fin de cuentas, seamos “viejos” o jóvenes, todo sí es importante… desde el ejercicio hasta la inactividad, desde los minutos perdidos hasta los ganados cuentan. -Yésica I. Nieves Quiñones © 2009





Referencia

Lindwall, M., Rennemark, M., Halling, A., Berglund, J., & Hassmén, P. (2006, enero).
Depression and Exercise in Elderly Men and Women: Findings from the Swedish National Study on Aging and Care. Journal of Aging and Physical Activity, 15(1), 41-55. Recuperado el 25 de septiembre de 2009, de PsycINFO database.





[1] Murray, C.J.L., & Lopez, A.D. (1996). The global burden of disease: A comprehensive assessment of mortality and disability from diseases, injuries, and risk factors in 1990 and projected to 2020. Cambridge, MA: Harvard University Press.